domingo, 17 de agosto de 2014

Drácula negro (Blacula) (1972)

Me estoy volviendo negro por el sol, pero desde luego no tanto como el protagonista de la cinta de hoy.

En "Drácula negro", un hombre que lucha por los derechos de los esclavos africanos, acude a hablar con el Conde Drácula, para pedirle que intervenga. Este, como buen aristócrata, está a favor de la esclavitud, y transforma al joven en vampiro, condenándolo para toda la eternidad. Pero no contento con eso, lo encierra en un ataúd. Muchos años después dicho ataúd es trasladado desde Transilvania hasta Los Ángeles, donde será abierto, y el vampiro que hay en su interior escapará. Blacula pronto se da cuenta de que el mundo ha cambiado, y de que la mujer a la que amó está muerta desde hace mucho tiempo, pero no tarda mucho en encontrar a su reencarnación.

Obviamente la película no es muy buena, pero por lo menos es curiosa y divertida. Hay que tener en cuenta el contexto histórico en el que se llevó a cabo. Además una versión funky de cualquier cosa siempre puede ser mejor, o por lo menos extraño.

No sé por qué el director de esta película, William Crain, tuvo una carrera tan fugaz. Sólo dirigió dos películas, esta y "Dr Black, Mr Hyde", que sin haberla visto me aventuro a decir que seguramente será una versión negra de "Dr.Jekyll y Mr Hyde". Supongo que se especializó en la lucha de los derechos de los afro americanos en el cine de terror.

La extraña película que hoy me ocupa está protagonizada por William Marshall, quien ha trabajado en más de 60 proyectos a lo largo de su carrera, la cual comenzó allá por la década de los 50.

Por sorprendente que parezca, en 1973 ganó el Saturn Award a mejor película de terror. Sorprendente es.

Creo que esta película es una de esas bizarradas que todo el mundo debería darse el gustazo de ver de vez en cuando. No para reírse de ella, ni de su temática, ni mucho menos de los valores que muy en el fondo trata de transmitir, sino porqué en sí, la película es muy psicodélica.

Lo mejor: es un claro reflejo de la sociedad de la época.

Lo peor: sentirte culpable por estar riéndote de un producto tan deficiente, cuando, teóricamente, este forma parte de una especie de reivindicación.

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